Partida y andadura

Señora, cuando por la noche abandoné la Isla que antes fue tu Inglaterra,

tu amor me acompañaba, aunque no pudiese saberlo,

ni pudiera hacerme consciente de ello.

Y era tu amor, tu intercesión por mí ante Dios,

que disponía las aguas delante de mi barco,

dejándome abierto el camino para otro país.

 

No estaba seguro de adónde iba,

no podía ver lo que haría cuando llegara a Nueva York.

Pero tú veías más lejos y más claro que yo.

Abrías los mares delante de mi barco,

cuyo camino me conducía a través de las aguas,

a un lugar con el que nunca había soñado

y que ya entonces me preparabas para que fuera mi rescate, mi abrigo y mi hogar.

 

Y cuando yo creía que no había Dios, ni amor, ni misericordia,

tú me guiabas al centro de Su amor y Su misericordia

y me llevabas, sin saber yo nada de ello,

a la casa que me ocultaría en el secreto de Su Faz.

- La montaña... pág. 143